El género es una construcción social, es decir, lo creamos los seres humanos para establecer diferencias entre las personas. Tiene efectos estructurales tanto en los hombres como en las mujeres y guarda relación con diferentes determinantes socioeconómicos, como la edad, la ubicación geográfica, el grupo étnico, la condición socioeconómica y la identidad de género.
Como tiene un componente social, pareciera que esto sólo le afecta a ciertas personas y no a la humanidad completa. Desde una perspectiva psicológica, lo social siempre es un reflejo de las familias (porque la familia es la base de la sociedad ¿no?), y las familias están conformadas por individuos. Por lo tanto, las sociedades son el reflejo de sus ciudadan@s, es decir, todos los seres humanos somos creadores, co-partícipes y “víctimas” de una u otra manera, queriendo o no, de lo que llamamos las desigualdades entre los géneros.
El origen de las desigualdades está en el SEXO
Por medio de la cultura en la que nacemos y crecemos, se nos enseñan los estereotipos sexuales, es decir, el conjunto de características psicológicas que se les atribuyen a mujeres y hombres. Se manifiestan en las creencias que la persona tiene acerca de cuál es su rol sexual.
El rol sexual no lo escogemos nosotr@s, es impuesto por personas adultas de nuestro entorno y depende de si nacemos con vulva (hembra) o con pene (macho). Este aspecto biológico es el GRAN problema de la desigualdad. Pero ¿cómo algo de la naturaleza, necesario para reproducirnos, puede ser el problema?
Desde el momento en que una mujer o una pareja se saben embarazd@s surgen las expectativas de papá y mamá hacia el nuevo ser que llegará a la vida; luego tales expectativas serán reforzadas (o modificadas) en la escuela, en la vecindad, en la sociedad a la que pertenecemos, etc.
Cuando se conoce el sexo de la criatura, comienza a manifestarse el aspecto psicosocial de los roles sexuales: “¿Será niño o niña? Yo prefiero….”, “¿se parecerá a mi?, ojalá no saque mi nariz”, “Quisiera que fuera: blanquita, lindo, maestra, médico, fuerte, normal…”
Según el sexo con el que nacemos se nos enseña a comportarnos de tal o cual manera con mensajes verbales, actitudinales y corporales. Tales mensajes se instauran durante la infancia y la adolescencia, fundamentalmente. Luego en la vida adulta los vivimos y expresamos pensando que son los comportamientos “correctos” por ser HOMBRES o ser MUJERES.
Por ejemplo: a las mujeres se les enseña a no jugar con carritos, no sentarse con las piernas abiertas o no pelear, porque “las niñas son delicadas, coquetas, tiernas, pasivas, serviciales, tranquilas…”. Por el contrario, a los niños se les enseña a pelear para defenderse, no llorar ni expresar sentimientos (porque eso es de niñas), a ser “valientes”, fuertes, el “hombre de la casa” cuando el padre está ausente….
Al final, lo que aprendemos es una percepción distorsionada que define a las mujeres como sumisas, habladoras, frágiles, dependientes, manipuladoras, madres, etc., mientras que los hombres ¡tienen que ser! inteligentes, agresivos, fuertes, seguros, proveedores, exitosos, etc.
¿Y si las niñas se divierten más con los juegos de “varones”?, ¿y si los niños quieren llorar porque también sienten tristeza, o miedo? Pareciera que se nos enseña a vivir en armonía con lo establecido por la cultura, y no en armonía con nosotr@s mism@s.
La igualdad de géneros no implica tanto que mujeres y hombres sean iguales, sino conseguir que unos y otros tengan las mismas oportunidades en la vida. Para ello, es necesario que mujeres y hombres nos desarrollemos como seres humanos integrales, es decir, que todas/os tengamos las mismas oportunidades en la vida, de acceder a los derechos (políticos, civiles, económicos, sociales, incluyendo los sexuales y reproductivos), recursos y bienes valiosos, y de controlarlos.
“La incorporación de una perspectiva de género integra la igualdad de género en las organizaciones públicas y privadas de un país, en políticas centrales o locales, y en programas de servicios y sectoriales. El objetivo es transformar instituciones sociales, leyes, normas culturales y prácticas comunitarias que son discriminatorias, por ejemplo, aquellas que limitan el acceso de las mujeres a los derechos sobre la propiedad o restringen su acceso a los espacios públicos” (ONU, 2014).
El enfoque basado en el género es una estrategia para alcanzar la equidad entre los géneros masculino y femenino en las sociedades. No tiene que ver con beneficiar a un@s u otr@s por el sexo con el que nacemos; se trata de promover la mutua aceptación como miembros de la misma especie y con las mismas oportunidades, pero reconociendo las diferencias individuales que nos hace a cada uno/a un ser humano único, con derecho de tomar las decisiones que consideremos mejores para la propia existencia.
Fuentes documentales:
http://www.unwomen.org/es
http://www.unesco.org