UN PROBLEMA PSICOSOCIAL
Ante el incremento de actos delictivos en las ciudades, es esperado que la gente desarrolle mecanismos de protección de su integridad física y psicológica, pues el miedo a ser dañadas o a perder bienes y personas queridas, mueve a prevenir situaciones de este tipo.
Sin embargo, las medidas de protección como cerrar calles o enrejarse excesivamente en las casas y edificios sólo son efectivas para “resolver” la realidad interna de cada individuo generando una pseudo sensación de seguridad, pero no tiene gran efecto en la resolución de esa realidad externa que no nos agrada: la violencia social.
CASI SIEMPRE GANA LA VIOLENCIA
Paradójicamente, lejos de ayudar a protegerse, la violencia social gana al hacer que las personas se encierren en sus espacios conocidos creyendo que están seguras cuando, en la práctica, están aislándose del mundo.
Así, la violencia arropa de diferentes maneras. Por ahora sólo mencionaré 3:
• Cuando la persona vive con miedo y limita su tranquilidad a su zona de seguridad (el hogar, la zona de residencia), sin darse cuenta estará también limitando sus contactos sociales con el entorno y la ciudad en la que vive.
En el mejor de los casos, esta estrategia impide el desarrollo de las redes de apoyo necesarias para la salud mental.
En el peor de los casos, termina provocando trastornos de ansiedad, fobia social y depresión.
Cualquiera de estas patologías afecta todas las áreas de vida de un ser humano y lo pone en una posición de vulnerabilidad al dañar o anular sus mecanismos de defensa y de solución de problemas a situaciones de riesgo reales.
• El aislamiento prolongado merma la capacidad de autopreservación.
Las personas desarrollan a lo largo de la vida una serie de competencias para el autocuidado, que comienzan en la infancia con las enseñanzas en el hogar y se completan en la vida adulta en la medida en que las experiencias vividas promueven la habilidad para solucionar problemas y adaptarse al ambiente.
Estas experiencias son individuales, y es por eso que las estrategias que una persona utiliza para cuidarse no son efectivas para otra. Cada quien descubre su manera de cuidarse y protegerse, pero esta manera debe ser sana, reparadora, y de crecimiento personal, no para causar(se) malestar e infelicidad.
• Quienes deciden vivir aislados/as pueden afectar a otras personas cercanas.
El caso más específico es el de los/as adolescentes. Cada vez más vemos en consulta a jóvenes que en su proceso de independización de la familia no cuentan con las competencias mínimas para afrontar situaciones de riesgo o peligro pues han estado toda su vida bajo el ala cuidadora de unos padres temerosos de la delincuencia.
Estos padres creen que los/as están protegiendo al no promover actividades que implican el desarrollo de habilidades y destrezas como orientación en el espacio, pensamiento lógico y más autonomía en la toma de decisiones.
La verdad es que esta práctica hace a los/as jóvenes más vulnerables a daños pues no saben cómo defenderse o resolver problemas cotidianos. Al salir al mundo (la universidad, los primeros trabajos, la vida social), están “discapacitados” para afrontar los desafíos que les tocará vivir.
PARA LA REFLEXIÓN…
Una amiga muy querida, experta en transporte y vialidad, me dio su visión de este problema: “las vías de comunicación ¡son para comunicarse!, y no las estamos usando”.
El no querer salir y ver la realidad del otro lado de la reja o del muro, el no querer comunicarnos, es un síntoma de alineación, de desconexión, de miedo irracional. Entonces, ¿qué parte de la sociedad está más enferma? ¿la que está al otro lado acechando a personas vulnerables para convertirlas en víctimas, o la que se atrapa a sí misma con rejas y muros buscando sentirse segura?